miércoles, 12 de diciembre de 2012

Los árboles azules 1:Mudanza

Es preciso llevar dentro de uno mismo un caos para poder poner en el mundo una estrella.
Friedrich Nietzsche




Llevar el caos dentro. Muy distinto de ser uno mismo un caos. Alguien se convierte en un caos cuando no lleva nada dentro. Algo mucho más fácil de conseguir de lo que parece a simple vista.

El mundo suministra suficiente contenido que, obviamente, no surge del interior sino que los llevamos fuera, como un traje: opiniones prestadas, frases hechas para adaptar a cualquier ocasión, prejuicios, fidelidades a personas y personajes que nos ahorran decidir por nosotros mismos... No somos nada, como mucho una copia entre miles, un clon mental y moral. Estamos expuestos a convertirnos en caos. De hecho, ya lo somos. Solo falta derribar el ínfimo punto de apoyo que nos sostiene para que se disgregue en ínfimos granos nuestra personalidad arenosa.

El cielo deja de ser negro y empieza a volverse azul, muy lentamente, por detrás de los árboles. Van surgiendo las siluetas, los colores. Otro día más, tan frío y húmedo como todos en este inhóspito mes que atravesamos. El corteza terrestre, los árboles, la masa atmosférica, mi mano, la estela de humo que se eleva sobre el caserío del otro lado del puente, el perro que baja la colina para beber en el río. Todos son orden en sí mismos y llevan dentro un caos que el individuo de la especie humana debería observar con más frecuencia.

Ya es la hora. La cortina empieza a moverse. Lo hace porque el cristal vibra. Esos temblores los provoca la grua instalada al pie de la casa, que empieza a funcionar, como todos los días, desde el primer atisbo de luz. Derribarán el tejado, los cimientos, todo lo que guardo dentro: ropas, muebles, cuadros, lámparas acabarán destruidos si no me doy prisa en sacarlos de aquí. Sigo en la cama. El cielo blanquea ya. Ahora, dentro de casa impera un caos magnífico. De estilos decorativos, objetos de toda procedencia, libros, discos, películas tan diversos en mensaje y estética, pinturas que chocan entre sí y a la vez se apoyan, figuras puntiagudas y esferas, plantas colmadas de flores y cactus, sedas y arpilleras, mármol, madera, plástico, cristal, molinillos de café con manivela y portátiles de última generación, Tápies y El Greco, caluladoras y copas de Murano. Dentro de doce horas, la casa misma será un caos. Habrá desaparecido la música, el calor de las mantas, la luz de las bombillas, el calor, los pensamientos y se habrá convertido en un caos compuesto de baldosas pulverizadas, yeso, ladrillos y toda clase de materiales mezclados en un amasijo informe.

 Pero los árboles, el puente, la casona, el río y el perro permanecerán en su sitio. Ni siquiera repararán en que ha desaparecido la casa. Y en poco tiempo, ni siquiera los vecinos recordarán qué había allí antes. Se habrán retirado los restos, limpiado el lugar y todo volverá a estar en orden. Amanecerá un día más. El cielo será entonces rosado o azul o blanco como ahora y nadie echará de menos ese universo peculiar, la mezcla de color, volúmenes, sonidos y aromas que colman ahora mi vida.                                 
Me mudo a un nuevo hogar. Aún no sé si más placentero o más inhóspito que este. Tampoco sé si lograré construir un caos tan magnífico como el de ahora, si resultará o no gratificante vivir en él. Quizá sea más destartalado, demasiado pequeño o grande o frío o poco luminoso. Se adaptará a mí como un guante o me sentiré incómoda en él. Me pregunto si podré reconstruírlo, acumular de nuevo los objetos que me alegran, deformarlo, amasarlo, saturar su atmósfera de todo lo que me hace feliz.
Dentro de mi casa nueva ha de haber un caos, como lo hay en esta. Como lo hay dentro de mí misma. Para que lo sature, lo impregne, lo llene de contenido, de propósito, de sentido, dirección, para que sea flecha y caracola, para que me cobije y me dé alas, pero sobre todo para que mi caos interno permanezca, para que ninguna construcción se desmorone, para seguir entera y cohesionada.

¿Dónde irán ahora el ficus, las palmeras, mi gato Mancha, la ardilla que visita el patio interior?

La casa y yo. 
(Continuará)

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