jueves, 24 de enero de 2013

La muerte y la brújula, de Jorge Luis Borges

La muerte y la brújula contiene elementos de los géneros policíaco y fantástico. Pertenece a Ficciones, volumen de relatos publicado en 1944, aunque ya en 1942 había aparecido de forma independiente en la revista Sur.

Antes de leer lo que sigue,  - y teniendo en cuenta que, como es lógico, se adelantarán datos que podrían romper la intriga necesaria para disfrutar del contenido debidamente - sugiero a quien lea estas líneas que utilice el enlace que adjunto. Solo ocupa 7 páginas así que no le robará mucho tiempo:

LA MUERTE Y LA BRÚJULA




Ya en el prólogo a Ficciones, Borges nos da algunas pistas:

"... pese a los nombres alemanes o escandinavos, ocurre en un Buenos Aires de sueños: la torcida rue de Toulon es el Paseo de Julio: Triste-le-Roy, el hotel donde Herberte Ashe recibió, y tal vez no leyó, el tomo undécimo de una enciclopedia ilusoria. Ya redactada esa ficción, he pensado en la conveniencia de amplificar el tiempo y el espacio que abarca: la venganza podría ser hereada: los plazos podrían computarse por años, tal vez por siglos; la primera letra del Nombre podría articularse en Islandia; la segunda en Méjico; la tecera, en el Indotán. ¿Agregaré que los Hasidim incluyeron santos y que el sacrificio de cuatro vidas para obtener las cuatro letras que imponen el Nombre es una fantasía que me dictó la forma de mi cuento?"
J.L.B.

Como en Borges todo está perfectamente calculado y milimetrado, es imprescindible aislar los dos elementos básicos que articulan la trama: el triángulo y los espejos. Una veces se presentan de forma independiente y otras interactuando entre sí. El primero de los triángulos está integrado por personajes: el comisarioTreviranus, el detective Lönnrot y el asesino (Red Scharlach). Ellos conformarían los vértices, las líneas que los unen estarían integradas por los cadáveres, cuya relevancia desde un punto de vista estructural es menor, y por el resto de personajes secundarios. Uno de ellos, y fundamental, el periodista que transcribe la visionaria hipótesis informando así al asesino y contribuyendo con ello a la ejecución de su perverso plan. Para ello, este ha de asimilar parte de la erudición de Lönnrot, con ella construye la red que le atrapará sin vía de escape posible.

La afición de Borges por la literatura - no solo como autor y consumidor de ella, también como gran inventor de obras ficticias que pululan en abundancia por sus páginas - revela una enorme nostalgia por la acción. Aquí establece una disyuntiva entre realidad y fantasía y, como en otros de sus textos, apuesta por la primera. Viene a decirnos que, por encima de la especulación, está la auténtica vida. Él siempre lamentó no haber sido un aventurero. Reflejar lo mundano, lo barriobajero, lo abyecto en sus escritos fue su forma de resignarse.

En contra de lo que se intuye al principio, aquí la razón la tiene el rutinario y superficial Treviranus. Si Lönnrot le hubiera hecho caso se habrían ahorrado casi todos los crímenes (pero, claro, tampoco tendríamos historia). Podemos advertir fácilmente que solo el primero de ellos es ajeno a la actuación del detective. El empecinamiento de este por intelectualizar comportamientos, por dotarles de un sentido esotérico, acaba pervirtiendo la realidad. Es él, realmente, quien, con su delirio, provoca las otras dos muertes y facilita la suya propia. Aquí la literatura juega un papel negativo - recordemos el Quijote - ya que onnubila la razón y acaba desencadenando la tragedia.


Un giro radicalmente novedoso en las tramas detectivescas de siempre consiste en que el investigador no descubre el plan del asesino sino justamente al contrario. Es este quien se introduce en la mente de aquel y se adelanta constantemente a sus hipótesis. El que actúa como sabe que el otro espera de él. De esta forma consigue armar su trampa y atraparle. Es el ratón asesino quien caza al inocente gato contrariando el esquema narrativo convencional, el que espera el ingenuo lector. Cuando la futura víctima viaja hacia el hotel, no solo no imagina que allí le está aguardando el criminal, supone, incluso, que será él, Scharlach, quien, con toda probabilidad se tope con la muerte. En esa astuta paradoja consiste el engaño, la sorpresa y parte del encanto de esta pieza y de otras muchas de Borges.

Tres asesinatos cometidos el tercer día de meses consecutivos. Pero el triángulo reflejado en el espejo se convierte en rombo, presagiando un cuarto crimen y causando la muerte de quien ha provocado el reflejo. De esa forma lo convierte en suicidio involuntario, un suicidio extraño ejecutado por manos ajenas. Los rombos se multiplican adoptando todas las formas posibles: reflejados en la pared, estampados en el atuendo de los arlequines, dibujados en el cielo que un Lönnrot moribundo atisba tras la ventana, quizá por interposición de una vidriera. El caserón donde tiene lugar la última muerte está colmado de elementos simétricos. La geometría exterior, la espacial, no es más que un reflejo de otras dos: en primer lugar, de la psicológica, es decir, de los procesos que tienen lugar en el interior de cada uno, pero también, cómo no, funciona como indicio de lo que ocurre, como articulación de pistas que desvelan realidades ocultas; en este caso, la serie de crímenes. Geometría espacial, fenomenológica y psicológica. Ya tenemos un nuevo triángulo.

La literatura nunca es la solución, viene a decirnos Borges, pero sí un consuelo y un refugio. Por eso, hace morir a Erik Lönnrot ausente de sí mismo, ignorando el dramatismo de la situación que atraviesa, ocupado como está aún en la solución del enigma. Una envidiable manera de abandonar este mundo y, sobre todo, muy poco trágica.

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