martes, 26 de marzo de 2013

Los árboles azules 15: La huída

Una vez en la calle, y tras comprobar que nadie la veía, se metió en una tienda de saldos. Oculta por una hilera de perchas atestadas de ropa, espió el escaparate. Al otro lado del cristal, dos hombres cruzaban la calle a paso rápido, el que había hablado con ella y otro. Miraba sus espaldas alejarse a toda prisa y sintió un escalofrío en la rabadilla, un chico rubio con el pelo rapado y una camiseta negra con el anagrama del local de al lado taladraba el cristal con los ojos. Dio la vuelta cogió tres camisas, un par de pantalones y se metió en el probador. Estaba temblando. Pensaba pasar allí el tiempo que hiciese falta, pero debía tener cuidado de no despertar sospechas. Las dependientas estaban hablando de un novio, o de un suicidio, o de alguien que se suicidaba por culpa de su novia, ni siquiera la habían visto atravesar la tienda. Pensaba comprarse cualquiera de las prendas que había cogido al paso, cuanto más exótica mejor, algo que no se pareciera en nada a lo que llevaba puesto. Detrás de la cortina, habían dejado colgado de un gancho un vestido rojo frambuesa con cuello de babi colegial y cinturón ancho con hebilla redonda, de un color tirando a nazareno. Se lo probó. Parecía otra pero no le sentaba mal y costaba cuatro perras. Le hubiese gustado agenciarse un sombrero pero tampoco quería parecer demasiado llamativa ni dar la impresión de que estaba tratando de esconderse. Llevaba unas gafas de sol en el bolso pero al llegar al mostrador encontró un expositor de gafas y se encaprichó de unas con montura rosada y forma de mariposa que conjuntaban bien con el vestido. Tendría que tirarlo todo a la basura en cuanto llegase a casa, o quizá regalárselo a Rosana, pero por el momento le pareció un buen camuflaje. ¿Quién iba a pensar que era la misma? Para distorsionar aún más su imagen, sacó de su estuche uno de los pintalabios de prueba y se dio una pasada en los labios dejándolos de un color naranja brillante. Se había convertido en un adefesio de anuncio, pero de anuncio de colonias para frikis de la moda, que para salir del paso tampoco estaba tan mal.
-¿Tienen puerta a la calle de atrás?- Se encontró preguntando a la chica que envolvía el vestido sin haberlo pensado previamente. La otra dio una voz como si fuese lo más natural.
-Mariló, mira a ver si hay alguien espiando en la otra puerta.
 
La compañera, que llegaba desde el fondo de la tienda, se puso un dedo en los labios.

-No he mirado. Espera, voy a ver.

Y se dio la vuelta andando de puntillas. A los diez segundos se oyó:
-Aquí hay un camiseta negra.

-¿Chico o chica?
-El pringao de Efrén.

La dependienta que la atendía preguntó mientras alargaba el ticket:

-¿Necesitas apartamento para esconderte? Te lo podemos dejar por un par de días, es ahí, a la vuelta.
Ahora el escalofrío surgió de su coronilla y llegó hasta los talones.

-¡Qué tontería! Ya tengo una casa. ¿Por qué pensabas que me estaba escondiendo?
-Porque es justo lo que haces. A veces vienen rebotados del pub. Ese sitio es un antro, pero aún  no han descubierto que la tienda es un buen escondrijo. Además, tú te has disfrazado. Y las preguntitas que haces…

-Pero me estoy escondiendo de mi novio. Acabamos de tener una bronca y no quiero verle más.
La otra puso cara de guasa.

-¿Y crees que tu novio no te va a reconocer así vestida? Eres un poco rara ¿no?
La tercera chica se había sentado en una silla de tijera y se abanicaba con mucho garbo. Soltó una risita tonta y terció en la conversación.

-Otro candidato al suicidio, ji ji ji ji.
-Lo siento –continúo la primera chica- Te lo había ofrecido de corazón. Que tengas un buen día, gracias por venir.
 
En cuanto llegó a la acera paró el primer taxi que encontró. Aquella aventura le iba a salir por un pico.
(Continuará)

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