martes, 12 de marzo de 2013

Los árboles azules 13: Hay otros mundos.

Ni que decir tiene que Auko volvió a escapar. Se acercó con precaución al lugar que indicaba la piedra y cuando vio de qué se trataba se sintió algo más segura. Imaginaba que la estarían esperando en una casa particular, no esperaba encontrar aquel escenario.

Al principio le pareció que el local estaba a oscuras, luego fue acostumbrándose a una media luz casi inexistente. Desde su sitio, no lejos de la entrada, no podía ver más que tres o cuatro parejas y a unas cuantas chicas detrás de la barra. De pronto aquello pareció animarse: se encendió el escenario y algunos focos más, los músicos se instalaron detrás de los instrumentos.  Miró a su alrededor. ¡Quién lo hubiera dicho! paredes verde manzana, cuadros en tonos pastel con marcos blancos, tulipas rosadas, un ambiente de lo más romántico. Las camareras parecían clonadas: la misma edad, estatura, pelo rubio muy corto, camiseta negra ajustada, cortesía distante. Empezó a sentirse cómoda. Estiró las piernas y dio un trago al gin tonic disfrutando del momento. Hasta que llegó él.
El tipo era repugnante no solo porque olía raro y tenía pelo hasta en las narices, más que nada era la mirada torva, la sonrisa irónica, los labios húmedos. ¿Qué podía esperar de ella semejante individuo? Se sintió como una pulga perdida en aquella sala enorme. No entendía cómo había podido meterse en aquel endiablado embrollo, quién la mandaba a ella… ¿Es que se había vuelto loca? Le temblaban las piernas. Se preguntaba que estarían tramando cuando arrojaron aquella piedra. Nada bueno, seguro. Cuanto más insistía el hombre en que se terminase su copa, menos ganas tenía de dar un sorbo.
Van Gogh - Café de noche
-Señorita, entiendo que usted es la persona enviada por don Julio,
Tardó en comprender que se refería a Agosto, tan acostumbrada estaba a llamarle así.
-Julio solo tiene quince años.
La mueca parecía la boca de una caverna, pero él debía llamarle sonrisa.
-Todo un hombrecito.
-Dígame que quiere, tengo que irme.
Endureció la expresión y la miró con ojos asesinos.
-Esto no puede salir de aquí. Ha de quedar entre nosotros y ustedes dos.
-Julio y yo, supongo. ¿Y Rosana?
-Con niñas no tenemos nada que hablar.
Pero con niños sí, pensó. No consideraba capaz de manejar aquello a un chaval tan mimado como Agosto. Ni siquiera ella sabía qué hacer. Había llegado demasiado lejos y no sabía cómo volver atrás.
-¿Me entiende?- estaba diciendo el hombre. Se sobresaltó. Había perdido el hilo y ¡cualquiera reconocía ahora que no le estaba escuchando! Le miró con la boca abierta.
-¿Ha entendido lo peligroso que sería irse de la lengua?
-Sí, sí. Mejor no me cuente nada ahora, ya hablaré yo con Julio.
El desprecio casi podía estrangularla.
-¡Cobarde!
-¿Por qué? No me considero la persona adecuada para recibir un mensaje así.
Al otro le temblaron levemente los labios. Cada vez olía más a amoníaco gelatinoso rociado con gotas de insecticida.
-Yo no represento a la banda.
-¿Cómo?
-Lo que oye.
-Entonces ¿quién es?
Enseguida se arrepintió de haber preguntado, no le convenía escuchar la respuesta. Pero ya no tenía remedio.
(Continuará)


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