miércoles, 12 de junio de 2013

Amaneceres en el lago

A Eusebio Contreras le despertó un borboteó de cañerías justo en la pared donde se apoyaba el cabecero. Se filtraba un filo de claridad por el hueco de la persiana pero provenía de las farolas, aún no había empezado a amanecer. Como estaba seguro de que no iba a volver a dormirse, salió a la calle, se sentó en uno de los bancos del jardín, el que quedaba frente al estanque, después de buscarlo a tientas y palpar su madera humedecida por el relente. Gracias al alboroto de los pájaros que habían dormido en las ramas de encima del agua supo que eran las cinco. Aún faltaba mucho para la salida del sol, pero no pensaba moverse de allí. Era consciente del privilegio que suponía disfrutar de trescientos sesenta y cinco días al año de espectáculos impresionantes, todos diferentes entre sí, a cual más solemne, más espectacular.
Pero ese día, por desgracia, lo venció el sueño. Escuchó una cascada de sonidos, le envolvió una tonalidad malva y presenció todas las fases de un amanecer ficticio. Cuando estaba empezando a tiritar, se despertó.
Era ya pleno día. La ventana más alta de la casa amarilla agitó sus cortinas floreadas. Le intrigaba aquel espía anónimo que le observaba cada mañana sin dejarse ver nunca. Esa era la parte más apasionante de su vida. Sentir unos ojos clavados en él, fantasear sobre la identidad de su propietario y los motivos que le impulsaban a no perderle de vista le hacían sentirse el protagonista de una novela de misterio.
Como todas las mañanas, dos figuras se acercaron a él con cautela. Cada uno por un lado, rodearon el banco, se sentaron junto a él y, pacientemente, volvieron a explicarle, una vez más, que el mundo seguiría en su sitio si se perdía una salida del sol, que sin moverse de la ventana del sanatorio podía verla con todo detalle, que no se llamaba Eusebio Contreras ni el espectáculo del amanecer era ejecutado cada día en su honor. Como todas las mañanas, el falso Eusebio lloró amargamente y, con la mayor mansedumbre, se dejó conducir hasta su cuarto.

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