sábado, 22 de junio de 2013

Los árboles azules 24: ¡Peligro!

Joel Corrales - El gran sueño -2010 - (Óleo sobre tela)
Intenté pasar de largo. No parecía difícil. El muchacho no movía un dedo, había quedado cabizbajo y parecía estar contando las baldosas una a una. Aquello no iba conmigo, debía tratarse de un error. Me vino a la cabeza entonces, con todo lujo de detalles, la visión que tuve aquella misma mañana, segundos antes de despertarme: una gran pantalla de cine mostraba frente a mí, en primer plano, unos gruesos barrotes negrísimos, tan negros como la pistola, la soga y el mango del cuchillo que colgaban del techo amenazadoramente. La imagen de Auko, sentada al fondo, parecía haber sido rodada con tonos de los años cuarenta. Me fijé en el pelo, lacio y negrísimo, que le había crecido otra vez, en el azabache intenso de leggings, top y botas, en sus ojos como carbones rasgados. A su alrededor, tanto el trono que la contenía como la lámpara y las molduras del techo se dirían fabricados en oro. La habían encerrado en una jaula a su medida, tan azarosa y en movimiento que rastrearla era casi imposible, anclada a una realidad tan ambigua que impedía saber si ella misma quería que la encontrasen, enmarcada en anécdotas tan estúpidamente banales que siempre quedaba la duda de si estaban vulnerando la ley. 

Solo yo tenía la certeza, no solo de que la habían secuestrado, también de que su vida corría un peligro inminente. Sabino conocía la verdad pero todo indicaba que le habían quitado de en medio. Volví a ser consciente, una vez más, de la necesidad de no perder ni un minuto, también de mi ridícula impotencia.

En cuanto di la espalda al hombre de madera, un pañuelo tirante me tapó la boca, noté como el nudo se cerraba sobre mi nuca con fuerza. Aquello, a menos de diez metros de la comisaría, no podía estar sucediendo. Noté que me ahogaba, vi, como en un espejo, mis ojos, que el terror abría hasta el límite. No se trataba de ninguna fantasía: una mano lo sostenía como un trofeo, vi, reflejado junto al mío, el rostro sonriente.

-¡Ya eres mía! –Masculló.

A pesar de mi angustia, fue inevitable percibir un acento gutural de fondo con suaves notas externas. No pude responder. Hice señas desesperadas de que desanudase el pañuelo. En cuanto me hizo caso, aspiré una gran bocanada de aire.

-¿Qué cree que quiere? Le advierto que se está equivocando.

-Que te estés quieta. Nada más. ¿Has visto lo sencillo que sería liquidarte? Incluso aquí mismo. –Y miró con ironía hacia la puerta.

La comisaría estaba cerrada a cal y canto, nadie parecía reparar en nosotros. Aún así decidí arriesgarme. Ya me tenía en sus manos, no tenía mucho que perder.

-¿Porqué no liberáis a Auko? No hay nada suyo que os pueda interesar.

-Yo con el enemigo no hablo.
 
Egon Shiele (1890 - 1918)
El sujeto, a pesar de su juventud, habría recorrido unos cuantos países. Me pareció reconocer Alemania, también algún país del Este. Hungría quizá, o Bulgaria. Y, entre los de lengua española, Canarias o algún rincón de Sudamérica.

-Precisamente eso es lo que quiero que entiendas. Ni yo ni Auko somos tus enemigas, tus amigas tampoco. Con vosotros, quienquiera que seáis, no tenemos nada que ver.

Tomé apresuradamente nota de sus rasgos: si, por casualidad, salía con vida de allí, tenía que poder describirlo. No demasiado alto, fornido, con una barba tupida tan dorada como su piel, iris de un gris pálido, como dos perlas hostiles, la cabeza cubierta por una gorra azulada, gruesos bíceps que se marcaban bajo la ceñida camiseta. Nunca me había encontrado con un matón a sueldo, solo los había visto en películas y no se parecían mucho a este. Pero eso no quería decir gran cosa, solo que el modelo no suele ser tan fotogénico como su copia. Y que la realidad supera con mucho a la ficción.

Cuando menos lo esperaba, se sumó otro sujeto.

-No tenga miedo señora, este es Ángel. Inofensivo, se lo puedo asegurar. Más que nada, hace juego con su nombre. Venga, tío, no seas fanfarrón. Dile a esta mujer para qué estamos aquí.

Decidí seguirle la corriente.

-¡Encantada! Me llamo Molina. ¿Y usted?

-Pues… yo. Vamos a dejarlo en Demonio. ¡Jajajaja! Así todo queda en su sitio.

Provocaba escalofríos aquella risa.
(Continuar)

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