martes, 16 de julio de 2013

Antes del anochecer (Before Midnight) - 2013

 
Me senté en la butaca con la mente en blanco. Mi amiga se había encargado de comprar las entradas. Pensábamos ver otra película pero la sala dónde se exhibía había sufrido un contratiempo. No tenía ni idea de lo que íbamos a ver. La primera escena, un padre despidiéndose de su hijo en el aeropuerto, con toda su carga de significado, tanto en lo dicho como en lo supuesto, deja al espectador en tensión. La siguiente mostraba otros personajes, un escenario diferente. Me trasladé a Grecia con todos mis sentidos y la trama me abdujo por completo; ya no me moví de allí hasta el final. Después, me he molestado en informarme y he sabido mucho, muchísimo más de esta entrañable y (no obstante) excelente película.
 
Antes del anochecer constituye la última parte de una trilogía que empieza al amanecer de la primera juventud en Viena, continúa al atardecer, nueve años después, en París, y acaba con unos personajes en plena madurez disfrutando de estas islas griegas que hoy día, para el espectador entregado, serán un poco más inolvidables. Recuerdo confusamente haber visto la primera entrega hace muchos años, en vídeo. Me pareció una comedia romántica a incluir entre las ejecutadas con mayor dignidad, entretenida y con cierto significado. Poco más que eso. No me dejó huella. Quizá, y a la vista de las elogiosas críticas que he leído, fuese culpa mía no haberla valorado debidamente. O del soporte. También puede que haya sido mitificada por la pátina del tiempo.

Tendré que ver la segunda. Según dicen, se apoya en la anterior para mejorarla con mucho. La regla de las secuelas vuelve a vulnerarse aquí como lo hizo, sin discusión, en Noveccento y contadas veces más. En aquel caso, toda la producción constituyó un todo orgánico de igual nivel, en este, el producto parece haber madurado espléndidamente. Como el buen vino, como los propios actores y al igual que unos textos que pretenden encerrar la esencia de la vida y de las relaciones de pareja y han sido ideados por seis manos talentosas: la del director y la de los actores protagonistas.
Grecia, la cuna del teatro, alberga un texto, posiblemente más teatral que cinematográfico, y unas actuaciones dignas del local más prestigioso, sin olvidar, que el paisaje supera, con mucho, las posibilidades de la mejor escenografía. Allí, en aquel escenario idílico se desarrolla un episodio bastante significativo de una historia de amor. De las verdaderas, no las de caramelo, entre dos personas que se siguen queriendo después de haber tenido dos hijas y arrastrar tras ellos años de convivencia, parecida a las que cualquiera de nosotros hemos podido vivir, analizada inteligentemente, diseccionada con pulcritud y detalle y representada con una vehemencia y una convicción dignas de la realidad que se recrea y de las personalidades que se van construyendo ante las cámaras.
 

Aunque el diálogo predomina sobre todo los demás, la atención no decae en ningún momento. Porque la intensidad de lo narrado va aumentando progresivamente,  porque los cambios de plano se suceden sabiamente, porque lo que se cuenta es complejo y verosímil, por la coherencia del argumento en sí mismo y con las dos películas precedentes, por la perfecta dosificación de la intriga (que existe), porque está plagado de encanto y maravilla, porque las actuaciones son exquisitas, porque no olvida incluir alguna –interesantísima y muy bien ejecutada- escena de grupo y, sobre todo y ante todo, porque la vida es eso, para bien y para mal.

 
El clímax final se convierte así en la apoteosis, la gran traca; no de fuegos artificiales sino de rayos y centellas, de algo real, natural, tan vivo como el bullir de las cabezas de los que estábamos allí contemplándolo. Y puedo afirmar que era tremendo.
                                                    
 

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