sábado, 14 de diciembre de 2013

La mujer del violinista

Jacinto solía llevar un estuche por la calle. Siempre que salía, a no ser que fuese al trabajo o volviese de él, iba con su maletín tan circunspecto. Como aquello era un estuche de violín todo el barrio pensaba que era violinista. Pero Jacinto Morales era contable y jamás en toda su vida había visto un pentagrama.
El día que Bartolomé se dio una vuelta por su antiguo barrio para ver a los amigos, se encontró en un semáforo a Jacinto. Hacía más de una década que no se veían y se saludaron muy efusivamente, con cantidad de exclamaciones y alguna palmada en la espalda. Era mediodía. Bartolo estaba invitado a comer en casa de Jorge Garrido y a esa hora Jacinto jamás sacaba el violín.
Antes de subir a casa de Jorge, Bartolo y los amigotes tomaron unos chatos en la tasca del Manco. Jacinto le acompañó hasta la puerta. Todos tenían ganas de echar la vista encima al forastero, estuviesen o no invitados, la panda al completo se había reunido allí. Entre vaso y vaso, intrigados por aquel encuentro, preguntaron al forastero si Jacinto era músico.
-No que yo sepa.
-¿Lo conoces desde hace mucho?
-Desde el instituto, ¿por qué?
-Es que ¡chico! nos tiene intrigados a todos con ese estuche de violín que lleva ahora a todas partes.
-Pues no tengo ni idea. Hacía quince años que no lo veía, a lo mejor ha aprendido música.
El Manco les miró con aire furtivo al tiempo que frotaba briosamente la barra.
El violín (1916) Juan Gris - Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia. Madrid

-Ese lo sabe, ese.- Rugió Pedro, el mecánico.
-Es verdad. Jacinto y tú estáis siempre de charleta. Venga, ¡habla! ¿Por qué nunca nos ha dicho que es músico?
-El Jacinto es contable y ya está, parece que sois nuevos. – les increpó Cornelio el Churrasco.
-Habla Manco, por tus muertos, o la parroquia se va a la competencia.
El otro se puso en jarras y sonrió con toda la cara mostrando dos muelas de oro en la mandíbula izquierda.
-No creo. Estáis de guasa, ¿eh?
 
-Manco, que te conocemos- dijo alguien.
 
Los demás le hicieron coro:
-No nos falles, Manco.
El Manco se rascó la nariz y bajó los ojos hasta la barriga.
 
-¡Vale! Pero no quiero ni una risa ¿estamos?
-Lo juro. –Dijeron seis voces a coro.
-Ni una risa ¿eh? El hombre, ¡ejem! se está tomando la vida con calma. Dice que allí lleva los cuernos que le pone la parienta. Y así parece que lo lleva mejor.
(…)
-¡¡Cagüendiez!! He dicho que no os riais ¡hostias!

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