jueves, 16 de enero de 2014

Caricatura

El sol explotó otra mañana más y a Sebastián le encontró de nuevo fuera del porche, debajo de uno de los naranjos en flor que su padre había plantado tiempo atrás justo al borde de la piscina, debatiéndose entre el sueño y amagos de una lucidez impregnada de resaca. Una resaca con los peores síntomas, una resaca de órdago.

Cada uno de sus rayos tocó una brizna de hierba. Muchas de ellas contenían un insecto sorbiendo los últimos restos de rocío. Este césped, surgiendo de la tierra arcillosa, se extendía como un abanico oscilante a lo largo y ancho de la finca de los Garmendia. La fuerza del sol se iba intensificando, la potencia del viento disminuía mientras el día iba cobrando fuerza.
Jacek Yerka: Hay otros mundos dentro del mundo

 Poco a poco, a medida que el aire se aquietaba, el agua perdió sus ondulaciones y dejaron de oírse los acordes de la orquesta del club social, que se negaba a abandonar la machacona intensidad con la que había castigado los oídos del pueblo durante toda la noche del viernes.
 Los exiguos restos nubosos habían dejado de volar y flotaban sobre su cabeza estáticos. O eso le parecía notar, borrosamente, mientras, con su absurdo panamá, la camisa floreada que solía exhibir por esa época –como si su aspecto no fuese por sí mismo lo suficientemente ridículo– y los ojos bien protegidos por cristales reflectantes, sorbía los restos de whisky salpicado de tabaco húmedo que aún quedaba en el fondo del vaso.
 
La angustia etílica, a la vez que le envolvía sutilmente, le obligaba, con la mayor de las tiranías, a contar una a una las nubes, cada hebra de césped, insecto, gota de rocío, rayo solar. Su evidente incapacidad para abarcarlo todo le producía un sufrimiento atroz. Hubiese querido registrar hasta las moléculas, sentir y explicar la última partícula de su cuerpo, tener la mente tan lúcida y despejada como el más potente ordenador que se pueda concebir.
No es que allí se estuviera mal del todo, bajo el tibio sol matutino, con el agua fresca a su alcance, saboreando su mugrienta bebida de importación (destilada, dicho sea entre nosotros, a solo unos kilómetros al norte), escuchando aún, a retazos, los solos de violín y los tambores, pero le urgía, casi le iba la vida en ello, conocer el número exacto de notas musicales, gotas de agua, partículas cromáticas, terrones de arena, corpúsculos luminosos, patas, alas y facetas oculares de insectos, así como otros millones de innumerables minucias que, de no ser por aquella congoja obsesiva, hubiesen contribuido a que volviera a sumirse en un reposo más que confortable.
 

2 comentarios:

  1. La resaca es más soportable si despertamos debajo de un naranjo. Y contar insectos y complacerse en los pétalso de flores no es mal método para aclarar la mente.

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  2. Hola Amaltea.

    En realidad fue un relato que propusimos varios después de leer un ensayo sobre requisitos literarios. Será el próximo libro que reseñe aquí. El último capítulo habla de la Multiplicidad: rasgo consistente en pretender abarcarlo todo, imitar la complejidad del mundo. Y yo he intentado eso pero en forma de parodia.

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