lunes, 6 de enero de 2014

Don Rufo bufa: Mujer de usar y tirar

Javier Gallego, también conocido por Crudo, ha escrito un artículo que les recomiendo y que pueden leer aquí.

No solo me parece incuestionable lo que dice, además, y sobre todo, lo considero una excelente noticia. Ya era hora de que los varones entrasen en razón de una vez, de que se dejen de prejuicios y corporativismo de clase y reconozcan la tremenda injusticia que, desde que el mundo es mundo, se ha cometido con las mujeres.

Los amantes del orden y las buenas costumbres –o, para ser exactos, amantes a secas– siempre con la iglesia a la cabeza, hacen el paripé del puritanismo en relación con el sexo, pero toleran la prostitución y hasta la pederastia; defienden teóricamente la vida pero no mueven un dedo ante el hambre infantil y el hambre en general, el trabajo y la militarización de los niños, las guerras, la corrupción, ante esas leyes abusivas que dejan en la calle o abocan a la pobreza o impiden la asistencia sanitaria de miles de personas. La mayor parte de las veces todo a la vez.

Para algunos –todavía demasiados, incluidas ellas mismas si aún no se les ha caído la venda de los ojos– la mujer sigue siendo un objeto, o bien se las tutela y protege aunque no sean menores ni incapaces. Son mentalidades que las crucifican solo por ser madres si las circunstancias no son las (consideradas) convenientes. Esto, si bien cada vez menos, no podemos negar que ocurre. La situación se agrava incluso, se vuelve más difícil de erradicar porque no se reconoce, se intenta disfrazar de otra cosa, y así el sambenito no se endilga a las claras sino de un modo mucho más hipócrita.

La entronización del placer masculino impide recordar de dónde proceden esos embarazos, a quienes benefician los prejuicios que siguen considerando un oficio a la prostitución, el más antiguo del mundo, nada menos. Mientras se sigue convenciendo a los espíritus débiles para que se continúen degradando y se considera propiedad colectiva aquello que todavía forma parte del vientre femenino, no deja de investigarse para que los hombres obtengan placer a toda costa. A ellos se les fabrica la satisfacción en grageas, no solo no tienen que controlarse, incluso cuando no tienen ganas de sexo, ningún problema, ahí está la viagra, para provocarlas artificialmente. Parece que el mundo no puede consentir que el varón viva sin darse un gusto de vez en cuando. Nada que objetar si el abismo en la consideración de unos y de otras no fuese todavía tan enorme. Porque a la mujer, en cambio, se la sigue penalizando en todos y cada uno de los momentos relacionados con su vida sexual. Se la desprecia si queda embarazada en determinadas condiciones, se le impide abortar según su particular criterio. Ni qué decir que su legítima satisfacción está mal vista, que todavía constituye un enorme tabú. Mujeres frígidas ha habido siempre. ¿Para cuándo un viagra femenino? Día llegará en que esto ocurra, de momento ni se vislumbra siquiera, antes se deben superar muchos tabúes. El primero, la existencia de demanda, y para llegar a eso las destinatarias han superar esa vergüenza implantada con hierro candente en su carga genética desde, más o menos, la prehistoria.
 
No estoy eludiendo el tema. Al contrario. Todo lo que expongo está estrechamente relacionado con el derecho incuestionable de la mujer a abortar. El varón ha tenido, desde que el mundo es mundo, la prerrogativa de abandonar a su compañera –con el pretexto que sea, incluso sin pretexto – cada vez que se produce un embarazo que considera molesto. No parece que nadie se haya rasgado demasiado las vestiduras, ni siquiera cuando la chica es muy joven, ha sido engañada, no tiene recursos y otros mil hándicaps más. Para colmo de injusticias, además de ser la única responsable del hijo, ella nada más es objeto del rechazo social. No solo porque su embarazo la acusa. Incluso cuando se conoce la identidad del padre se le aplica ese doble rasero que –inexplicablemente, y en todos los ambientes pero en algunos más que en otros– todavía se considera razonable.
 
Pero la vida ha cambiado desde hace ya muchas décadas y ha sido la ciencia médica quien ha producido el milagro. La cuestión estaría zanjada hace mucho, o al menos se habría equilibrado bastante, si el mundo estuviese dividido en dos sexos con idénticos derechos y no existiesen ciudadanos de primera y ciudadanas de segunda. Pero no, algunos –es decir, la iglesia con sus doctrinas represoras y los conservadores con sus prejuicios machistas– son incapaces de tolerar algo así. Ellos pueden seguir desentendiéndose, es un derecho reconocido tácitamente por la sociedad, mientras ellas ni siquiera pueden decidir sobre su cuerpo. Las ventajas que la naturaleza ha brindado al sexo masculino son de su exclusivo patrimonio, las de las féminas, en cambio, debe regularse y limitarse por ley. Ellos pueden desaparecer, ellas no pueden hacer uso de la prerrogativa que la naturaleza les ha otorgado. Para contrarrestarla, el feto se considera propiedad colectiva mientras permanezca en el vientre de la madre, pero, al nacer, el niño puede abandonarse a su suerte, sobrevivir en la miseria, en circunstancias lamentables, sin unas condiciones mínimas, ni alimenticias, ni higiénicas, mucho menos educativas, pueden morir incluso, ante la indiferencia y pasividad de aquellos a quienes importaba tanto cuando ni siquiera era un individuo independiente.
 
Como, además, desde hace unas cuantas décadas –muy poco si se mira con la perspectiva de la historia– la mujer ha accedido a la cultura y es más consciente de su poder, tiene la posibilidad de premeditar un embarazo y criar a su hijo sola, si le place, sin informar de su existencia al que lo engendró. Esta es una posibilidad, junto con el aborto, que proporciona la otra cara de la moneda biológica. Ahora ellas pueden aprovechar sus ventajas igual que, desde que el mundo es mundo, han aprovechado ellos las suyas. No es de recibo que a unas se les penalice y otros se les aliente. Por fin, un poco de justicia inter sexos. Ya era hora de que la balanza se equilibrase algo, en realidad, mínimamente. Pero en esta España de nuestros pecados –porque aquí todavía existe el pecado, aunque a algunos nos suene a chiste, y ante todo es la mujer quien, además de pecadora, se presenta como una especie de diabla que provoca y tienta a los pobres incautos– es imposible nivelar, tanto obligaciones y culpas como perdones y derechos, ya sabemos a quienes se carga con los primeros y a quienes se conceden los segundos. Nuestros vecinos del norte, es decir, cualquier país por encima de los Pirineos por ceñirnos a este continente, el debate está más que superado, pero aquí seguimos siendo rehenes de la iglesia católica y del machismo antediluviano de muchos. No tienen razón y lo saben, por eso les da tanta rabia. Y lo peor es que seguimos siendo un país de borregos y todavía hay algunas que se dejan convencer. 

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