jueves, 30 de enero de 2014

La soportable levedad del amor


Le espié desde la torre, cuando el ascensor de cristal que sobresalía del museo de arte  moderno subía al piso 70. En ese lapso, aprovechando que paramos varias veces para recoger gente o dejarla, descubrí a Adolfo besuqueándose con cuatro mujeres distintas: tres mientras subía y una más a la vuelta. Les aseguro que lo vi con toda claridad, a pesar de que la velocidad del descenso hacía que me temblasen las piernas. Lo peor de todo es que, entre medias pasé más de media hora mirando la exposición. O haciendo que miraba porque las dolorosas imágenes bullían dentro de mí, mucho más nítidas que aquellos insulsos trazos por muy enmarcados que estuviesen. En ese recinto circular, rodeado de ventanales, hacía más frío que en la calle, el aire estaba silencioso, como enrarecido, la ciudad entera se extendía a mis pies. Notando la velocidad con que las seducía, me pregunté cuántas más habrían pasado por sus brazos en ese espacio de tiempo.
Joan Míró - El bello pájaro descifrando lo desconocido a una pareja de enamorados
Cuando llegamos de nuevo a la explanada el parque empezaba a colmarse de sombras. Supuse que la última mujer, una rubia platino con un vestido estampado, que vislumbré apenas rebasado el piso 13, sería quién le acompañase esa noche. ¿O acaso aquel desfile de beldades iba a continuar hasta el infinito? Tomamos una copa en el quiosco del museo, al aire libre, con nuestro guía que se demoraba alabando texturas y matices. Mi tensión aflojó un poco; me reía por dentro al ver a mis colegas disimular amablemente el bostezo. Pero Laura María me tocó el hombro y yo asentí. No sé cómo, había sido capaz de entrever lo que ocurría al otro lado, en uno de los senderos laterales del parque de mis desdichas.  
Joan Miró . Figuras y constelaciones

Ahora ya no eran solo chaladuras mías. Lo habíamos visto las dos. Fruncí el ceño, abrí el bolso con rabia, saqué el catálogo que había recogido a la entrada y lo arrojé a la papelera sin tener en cuenta si miraba alguien, ni siquiera el comisionista, tan empeñado él en meternos las telas por los ojos. Era obvio que no estaba de humor para comprar nada, menos aún para gastarme el dineral que valían aquellos garabatos. Porque eso es lo que eran, por mucho pedigrí que se les adjudicasen y a pesar de sus ilustres avalistas.
Joan Miró - Mujer delante del sol
Pero esa noche las pinturas se vengaron visitando mis sueños. Por delante de mí desfilaron azules chispeantes, blancuras luminosas, un mar de música y nubes que giraba en torno al cuarto como un trompo. El tornado me elevó hasta la estratosfera; aquella altura mejoraba mucho el panorama de la exposición, casi daban ganas de comprar algo. Yo estaba de pie, sobre cirros y cúmulos, la melena al viento, vestida con casaca y con la espada al cinto, como los guerreros en los cuadros de época. Solo por probar, la agité a un lado y a otro –era como una cinta finísima, azulada, casi transparente– hasta topar con la cabeza de Adolfo, que segué limpiamente, envolviéndole en una paz que jamás había conocido en vida.

En absoluto parecía un cadáver, se observaba en él una sensación soñolienta. Del cuello le manó una sangre inmaculada, como nieve cálida y dulce.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Explícate: