domingo, 2 de febrero de 2014

4 meses, 3 semanas, 2 días - 4 luni, 3 saptamini si 2 zile (4 Months, 3 Weeks & 2 Days) - 2007

En pleno trasiego informativo sobre la modificación de la ley de del aborto, en medio de un debate que, en mi opinión, jamás se hubiese planteado en ningún país ni estaría sujeto a legislación alguna si fueran los hombres en vez de nosotras quienes tuvieran la decisión en sus manos, cuando gran parte del país está indignado, sobre todo las mujeres, a quienes se les priva del derecho a decidir, me parece una buena ocasión para poner sobre el tapete esta película. Eso por mi parte, por la vuestra, os recomendaría que la revisaseis, o le echéis una primera ojeada si es que todavía no la habéis visto.
 
Un film austero y realista, con personajes creíbles e interpretaciones convincentes,  que en su día valoré, no como un espectáculo amable y simpático, sino como la convincente y brutal patada en el estómago que realmente es. Porque, desde la honestidad, no hay otra forma de presentar al espectador una cuestión así.
 
Nos asomamos a la pantalla para contemplar la sordidez y el ánimo de lucro de personajillos sin escrúpulos, que comercian con la ansiedad, el miedo y la inocencia de dos chicas muy jóvenes engullidas por una sociedad despiadada, en el ambiente corrupto y represivo de una dictadura como la que, durante dos décadas largas, impuso Ceausescu en la Rumanía comunista de la segunda mitad del siglo.
 
Nos quedamos sin respiración durante casi dos horas, contemplando la vida tal como se ve cuando el lujo y las bambalinas simplemente no existen. La presentación descarnada de unos hechos, la fidelidad del guión a lo que es y no a lo que queremos que sea, nos arrastra por unos vericuetos que querríamos ignorar porque suponen la entronización de la tristeza en la vida. En la de todos, si somos medianamente empáticos.
 
Transitamos por unas situaciones manejadas de forma tan rigurosa y verosímil, con una técnica tan simple y desnuda, rodada de una forma tan cercana al espectador, incluso despojada de efectos musicales, que el resultado se aproxima al documental, aunque no se hayan utilizado sus técnicas. Es como ver teatro sin escenario, con los actores al alcance de la mano o, mejor aún, como volvernos invisibles y contemplar tranquilamente la vida a través de una ventana a ras del suelo.
 
Disfrutamos (y sufrimos) con un guión sabiamente dosificado, tanto en la progresión narrativa como en una difícil combinación de ingredientes que impide al dramatismo convertirse en melodrama. Lo que vemos no es tanto lo que pasa como lo que sienten las dos protagonistas, y nos sentimos tensos, incómodos, porque no nos cabe duda de que se nos está contando la verdad.
 
Porque no solo se nos habla de chicas desamparadas e indefensas, si fuera así habríamos visto un producto chato y ramplón. Habla también de la amistad, es divertida, tierna, irónica, reflexiva, amarga, ácida, dura, tan compleja como la vida misma. Y llegó a obtener un sinfín de premios. Desde la Palma de Oro de Cannes 2007 hasta el Goya a la mejor película europea de 2009, pasando por numerosos galardones europeos, norteamericanos y sudamericanos, incluso, cómo no, de Hollywood: el Hollywood World Award.
Pero el espinoso asunto de la ideología subyacente sigue preocupándome después de tanto tiempo. He dicho que el film es verdadero, que es sincero y, valiente. Al menos la mayor parte. Hay, sin embargo, dos planos en los que me pareció intuir que, amparándose en lo subliminal, el director pretende lanzar un mensaje antiabortista: en el primero aparece una figura –demasiado explícita y sin ninguna justificación –caída en el suelo y mostrada demasiado cerca y durante demasiado tiempo, una figura que no puede ser real y que, por tanto, ha sido manipulada no sé con qué propósito. La otra escena es, precisamente, la última. Aquella en que ambas amigas vagan por la noche urbana entre cubos de miseria y un desamparo infinito para depositar el último resto de pasado. Otra recreación innecesaria, que parece echar algo en cara a un personaje que no es más  que una víctima más de la infernal maquinaria sexista que, desde los tiempos de las cavernas no ha hecho otra cosa que sofisticarse.
 
Ese bulto siniestro, ese peregrinaje por los detritus nocturnos ¿son una acusación? Pregunto.
 
Lo que yo he visto aquí es que la clandestinidad conlleva peligro, más aún si va unida al inexperto coraje de alguien que solo está empezando a vivir. Que existan desaprensivos acechando no significa que haya que prohibir nada, al contrario, conviene sacarlo a la luz, regularlo, facilitarlo, ponerlo en manos de profesionales serios que garanticen una correcta atención sanitaria. La sociedad es despiadada con los débiles, esto es lo que hay que corregir. El hecho de que afecte directamente a las mujeres no supone un desdoro, como se da a entender que ocurre en todo cuanto nos afecta. Somos el cincuenta por ciento de la población y tenemos en nuestras manos la reproducción humana, nada menos. Si los varones –solo, naturalmente, algunos de ellos– con su humilde contribución, ya se consideran los amos del mundo, no quiero ni pensar la importancia que se darían si fuesen capaces de producir seres vivos, enteros y perfectamente acabados, algo que –como todos sabemos o deberíamos saber– únicamente se produce tras un parto felizmente llevado a término. Lo que debe hacerse, con urgencia y de una buena vez ya, es apoyar nuestras decisiones, ayudarnos en nuestra tarea y dejar de levantar prejuicios y tabúes. Pero no, se nos sigue culpabilizando como antaño, es decir, como siempre. Ante nuestros sanos deseos sexuales se dice que somos unas frescas (o un poco sueltas que suena más moderno), pero se llama estrecha a la que teme dejarse llevar por sus instintos, homicida a la que dispone de su cuerpo, mala madre a la mujer que no ha sabido o podido abortar a tiempo cuando se constata que es incapaz de hacerse cargo de sus hijos, traidora a la que se embaraza del hombre que considera adecuado para criar, ella sola, de forma consciente y responsable. Cualquier comportamiento y su contrario serán deleznables cada vez que contraríe en ese momento al varón que lo contempla y que, invariablemente, se creerá con todo el derecho –no solo a juzgar, algo que ya sería indignante porque, si somos maduras y responsables para hacernos cargo de nuestros asuntos, nadie debería meter las narices en ellos– sino a condenar sin paliativos la mayor parte de las veces. Esto sigue siendo una actitud universal, pero nuestro país tiene la vocación de rezagarse más aún, lo ha hecho durante la mayor parte de su historia. Digo más: cada vez que, de milagro, se le escapa un alarde progresista –como ocurrió con los afrancesados durante la invasión napoleónica, como ocurrió cuando se implantaron esas leyes, tan avanzadas para la época, aprovechando la Segunda República– invariablemente, algo se interpone entre España y el progreso, obligándola a retroceder y poniéndola, una vez más, a la cola del mundo.
 
·         Año: 2007

·         Duración: 113 min.

·         País: Rumanía (Coproducción Rumanía-Bélgica)

·         Director: Cristian Mungiu

·         Guión: Cristian Mungiu

·         Música: Oleg Mutu

·         Fotografía: Jules van den Steenhoven

·         Reparto: Anamaria Marinca, Vlad Ivanov, Laura Vasiliu, Alexandru Potoceanu

·         Género: Drama social

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